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Día 4. Simplemente caminar

Cuando una azafata se acerca uno por uno para decirnos que nos preparemos para aterrizar, es imposible que no te suden las manos. O cuando ves que como la pista está cuesta arriba y acaba en un muro, es difícil no cerrar los ojos. Pero cuando te ves sobrevolando el Himalaya, remontando un valle verde tras el cual surgen enormes montañas blancas, es absurdo no abrirlos. Sería estúpido que el miedo nos impidiera disfrutar de algo así.

Y nos ponemos a caminar. Por fin. Ya no hay que hacer compras, ni resolver papeleos, ni esquivar motocicletas. A partir de hoy es simplemente andar. Así de sencillo. Caminar. Comer. Dormir. Lo que llevamos encima es lo que tenemos. Lo que no llevamos ya no importa mucho.

El día está algo nublado y amenaza lluvia por la tarde, pero el camino desde Lukla (2860m) hasta Phading (2610m) es casi todo cuesta abajo y lo cogemos con muchas ganas. El aire está limpio y vemos pequeños huertos con judías, coliflores y lechugas. El contraste con el bullicio de Katmandú es brutal. Cada poco una ventana se abre y un niño sherpa saca la lengua. Y seguimos caminando.

Laura va ligera por obligación. Su maleta se perdió el primer día y llegaba hoy. Cuando nosotros nos íbamos. Creemos que es nepalí, si no es imposible que siga sonriendo. Vanessa cruza un puente que cuelga sobre el vacío lo más rápido que puede y lo más valiente que puede. Y lo cruza. José Ramón disfruta acompañando delante a nuestro guía Nima, y Ángel tomando fotos. Paramos a tomar té e Iván se mete hasta la cocina. Allí está Kazi sonriendo mientras corta patatas con un cuchillo más grande que él. Ayuda a su madre a preparar la comida frente a unos grandes ventanales con vistas al Himalaya. Su tía mueve un caldero en el fuego. Probablemente nos hemos colado en la mejor cocina del mundo.