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FRANCIA 23 - ESCOCIA 16

Francia salva el honor

El equipo de Saint-André venció a Escocia con mejor rugby, la dirección de Michalak y dos ensayos de Fofana y Médard. La victoria no le evita acabar últimos.

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FRANCIA 23 - ESCOCIA 16
FRANCK FIFEAFP

Francia acabó ganando. Pero también acabó última: lo merecido después de un Seis Naciones desastroso, que inició con un derrumbe de proporciones históricas en Roma y que finalizó ayer, imponiéndose a Escocia, soltando algo del rugby que todo el mundo esperaba de un equipo magníficamente dotado en todas las líneas. Necesitaba rebasar el goal-average de Irlanda con un triunfo por 16 puntos, para endosarles la Cuchara de Madera a los del Trébol, pero un ensayo final de Visser, después de las marcas de Fofana y Médard, dejó la diferencia final en siete puntos.

El equipo de Saint-André perdía ya 0-6 al cuarto de hora. Escocia le daba su tratamiento habitual, que viene a ser una falsa cortesía: toma la pelota, entra en nuestro territorio… pero hasta ahí puedes llegar. Y luego, Laidlaw a cobrar las equivocaciones disciplinarias. En este caso, dos golpes de castigo que el medio de melé escocés capitalizó como suele. Eso sí, Laidlaw también incurrió en un exceso de confianza cuando, mediado el primer tiempo, pasó hacia delante un balón en los alrededores de sus propios palos. Una frivolidad que permitió a Francia jugar una melé a cinco metros de la línea escocesa. Esa acción abrió una buena fase de asedio francés, pese a las dificultades que ofrecía el terreno de juego para traccionar los empujes. El piso del Stade de France se levanta con frecuencia. Ayer, reblandecido por la lluvia, agregaba tremendismo al esfuerzo de los jugadores. A su paso daba la impresión de que jamás volvería a crecer la hierba.

La intentona francesa, sin embargo, no fructificó. De un modo u otro, Escocia ha hecho de su defensa una gran virtud. Tampoco es que los franceses se hayan distinguido en este torneo por aportar algo de imaginación o variedad a su juego con la pelota. A ese punto ha llegado su desmemoria del clásico rugby francés. Primero Picamoles, luego Bastareaud, su argumento más pesado, y finalmente Fofana protagonizaron los asaltos franceses. Pero Escocia salió viva. Acabó por contener cada acometida y forzar una retención ilegal de los galos. Y cabalgando en la tormenta terminaron por llevar el partido hasta el entreacto con la misma ventaja. Los escoceses, en los tebeos de Mortadelo y Filemón, fueron siempre ahorradores de puño apretado. Hoy por hoy, su equipo de rugby se parece mucho, en lo deportivo, a ese arquetipo de las viñetas de Ibáñez.

Michalak, el discutido apertura francés, anotaría un golpe para acortar las diferencias en el reinicio de la acción. Eso fue después de que varios pacificadores de uno y otro equipo lograran desentrañar el agarrón que El Príncipe tuvo con Stuart Hogg, el zaguero escocés. Una de esas disputas de machotes que de cuando en cuando surgen en un deporte en el que el contacto es una forma de supervivencia e imposición. Poco después, empataría el encuentro gracias a otro golpe, después de intentar uno de sus trucos preferidos: una patada cruzada al ala Clerc, que no pudo finalizar el ensayo ante la defensa en enjambre de los escoceses, una vez más. Poco a poco, Francia volvía al carril del partido. Crecientemente dominante en la delantera, Machenaud y Michalak comenzaron a entenderse como si de nuevo fuera noviembre y el Seis Naciones, una pesadilla a punto de terminarse. Ahora… de eso a evitar la última plaza iban todavía 16 puntos: los que necesitaba de diferencia para rebasar a Irlanda en la clasificación final del torneo.

Escocia, que no había concedido un solo golpe en el primer tiempo, empezó a ceder opciones: en apenas un cuarto de hora cometió cuatro y Michalak los cobró todos, poniendo por delante a Francia antes de un cuarto de hora. Aunque Laidlaw igualó, la corriente del encuentro había cambiado. Francia por fin caminaba hacia delante, por fin tenía pelotas rápidas en las manos de su medio de melé, por fin Michalak podía lanzar un ataque en conexión con sus demoledores centros, Bastareaud y Fofana. En esa subida de tensión aparecieron escenas tremendas, como una escapada del gigante Debaty por el flanco izquierdo, con el efecto bola de cañón desatado, rebotando placajes hasta que lo fue a detener, con astucia más que con fuerza, el zaguero Hogg. Pero esas percusiones, usando como arietes imprevistos en el juego abierto a los más grandes de entre sus delanteros, iban a dar resultado. Escocia retrocedía. Y así, en el espacio de cinco minutos, Fofana abrió la lata con un ensayo y Médard sumó otro. El primero recordó hasta qué punto Saint-André obvió la lógica cuando se empeñó en usar a Fofana de ala la mitad del torneo. Médard festejó el segundo con Huget como si Francia hubiera coronado el Everest: en cierto modo, y dadas sus circunstancias, era algo parecido. Estaban 23-9 con diez minutos por jugar.

El cambio permitió variar los silbidos que asomaban en la primera parte por el aplauso a Michalak cuando el apertura se fue lesionado, mientras Machenaud metía la conversión. Y en el campo apareció Gaël Fickou, el talentoso y joven centro del Stade Toulousain, vector de futuro para lo mejor del rugby francés. El ambiente entró en tal estado de relajación que parecía que Francia había alcanzado todos sus objetivos. Una pérdida de perspectiva explicada porque, en Francia, consideran que la Cuchara de Madera se la lleva sólo el equipo que pierde todos los partidos. Es decir, que su empate con Irlanda ya los había puesto a salvo de la ignominia… En Gran Bretaña, donde se inventó el rugby y la propia tradición de nombrar de ese modo al último clasificado (en el rugby y en otros deportes) a partir de una tradición de los estudiantes de Matemáticas en Cambrdige, Francia es Cuchara de Madera. En cualquier caso, última del torneo. Por si quedaba alguna duda, Visser finalizó en ensayo una ruptura fantástica de Matt Scott y el partido se acabó con el único triunfo de un equipo, el francés, que necesita reconsiderar muchas cosas.