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Cuando el tenis español se quedó huérfano

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La tenista española Conchita Martínez (Monzón, Huesca, 16 de Abril de 1972) disputó este sábado en Valencia su partido más amargo. En esta ocasión fuera de las pistas y ante los micrófonos y las cámaras de los medios de comunicación. Con una pretendida y estudiada tranquilidad, que acabó dejando entrever alguna lágrima involuntaria, la aragonesa anunció su retirada definitiva del tenis profesional, aunque dejó una puerta entreabierta a los dobles para sobrellevar mejor la morriña propia de la falta de competición.

Su marcha ahonda un poco más la sensación de orfandad que vive el tenis femenino español tras la retirada de Arantxa Sánchez Vicario. Porque a pesar de la numerosa representación actual, pasarán años hasta que vuelva a aparecer una jugadora del nivel de la aragonesa. Y es que con ella se va una figura clásica del circuito femenino, profesional desde 1988 y que alcanzó el segundo puesto mundial en 1995, que compartió sus mejores golpes con jugadoras de la talla de Gabriela Sabatini, Mary Joe Fernández, Jana Novotna, Iva Majoli, Jennifer Capriati, Steffi Graf, Monica Seles, Martina Navratilova o Mary Pierce.

La tímida tenista aragonesa es una auténtica superviviente que supo hacerse un hueco en la historia (Wimbledon 1994), pese a lo alargada que resultaba la sombra de la pequeña de la saga Sánchez Vicario. Con ella, y a pesar de la constante rivalidad deportiva que ambas mantuvieron desde la adolescencia –y que las hizo aún más grandes-, completó además una dupla temible que conquistó cinco Copas Federación y dos -de sus tres- medallas olímpicas (plata en Barcelona 92 y bronce en Atlanta 96).

Pero por encima de todo su forma de entender el deporte de la raqueta es un digno ejemplo del tenis anterior a la llegada de las hermanas Williams, en el que la seguridad, la consistencia y la variedad en el juego eran los principales argumentos, hoy en día casi enterrados por la búsqueda constante de la potencia.