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Queda declarado el estado de optimismo

Sáez, que es un clásico, organizó ayer un partidillo entre titulares y suplentes, como se hacía antaño. Probables contra posibles, se decía. Me gusta, porque es una forma de anunciar el equipo titular de antemano y, por ende, enviar el mensaje de que las cosas están claras, a salvo de que la realidad haga introducir novedades posteriores. Bueno, pues la noticia buena del ensayo (la mala fue que los suplentes, salvo el Niño Torres, se dejaron ir) es que a Raúl se le vio otro. Enchufado, despierto, optimista, participativo y reconciliado con el gol. Marcó una cuchara antológica.

Pocas horas antes se había producido otra resurrección: la de Ronaldo, anunciada ya en el Cataluña-Brasil, en el que marcó dos goles. Pero aquél podía considerarse un partido de costellada. El de anteanoche era un partido a cara de perro, un Brasil-Argentina de clasificación para el Mundial, una rivalidad centenaria en juego. Y Ronaldo también fue otro. Organizó grandes desparramos y forzó tres penaltis que transformó él mismo. En realidad le hicieron penalti todos menos Samuel, lo que viene a reforzar este optimismo reconstruido del madridismo, que olvida la pesadilla.

Ya se sabe: no pesan los años, pesan los kilos. En quince días con Brasil le han quitado seis. No era tan difícil. A la luz de este hecho resulta más escandalosa la molicie en que se ha vivido en el Madrid de Queiroz. Desde luego que hubieran venido bien un central y un medio de cierre, pero ¿alguien puede defender que con ellos Ronaldo hubiera engordado menos, Beckham hubiera hecho menos viajes, Roberto Carlos hubiera dormido más o a Zidane no se le hubiera escapado el ángel y a Raúl el alma? En fin. Ahora que se ha marchado Queiroz, ya se puede declarar el estado de optimismo.