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La bendita locura de Lendoiro

"Esta noche viviremos una bendita locura", ha dicho Lendoiro. Sí. Su bendita locura, la que arrancó muchos años atrás, cuando se entregó al empeño de sacar al Depor de su largo ostracismo en Segunda e irlo convirtiendo poco a poco en un grande de España primero, en un grande de Europa después. Lo ha conseguido, contra toda lógica y contra todo pronóstico. Con unos objetivos trienales, que se han ido cumpliendo: ascenso, consolidación, plaza europea, título nacional, Liga... y Champions. Ahora está a noventa minutos de meterse en la final de Gelsenkirchen.

Bendita locura, que tiene en pie a una ciudad, a Galicia, a España entera, ante el partido de esta noche. Un partido que no es fácil. Se trata de un rival hosco, de juego sólido y sin encanto, que juega a no fallar, como los tenistas que devuelven desde el fondo de la pista, a provocar la impaciencia del rival. "Ganará el que mejor administre el balón", advierte Irureta. Ese es el problema. Cómo administrar el ritmo de juego, cuándo tocar y cuándo atacar, cómo contener la impaciencia que bajará de unas gradas encendidas. Cómo dominar ese juego de nervios, los propios y los ajenos.

La baza buena es que el Depor ya es un equipo hecho. Nunca antes estuvo aquí, pero le ha andado cerca varias veces. En el último lustro ha ganado partidos más difíciles, ante adversarios más brillantes. La baza mala es que el Oporto tiene mucho oficio y un algo traicionero en su juego, y que las bajas para esta noche, Mauro Silva y Andrade, son las peores para una noche así. Pero se trata tan sólo de ganar un partido en casa para obtener por fin la gran cita con la gloria. Sólo eso. Ganar un partido en campo propio, en el viejo, familiar y querido Riazor. Y a Gelsenkirchen.