Sin suerte, sin cabeza
No está concebido el Madrid para aparecer con pinturas de guerra en el rostro. Lo hace de cuando en cuando, pero no es lo suyo. Si decides enfrentarte al mundo, recuperar el orgullo perdido en cada balón y ver al árbitro como a tu enemigo, malo. Pura superchería. No es, sin embargo, el fondo del asunto. Sigo dando vueltas a la descompensación de la plantilla cuando veo a Zidane llegando tarde, autoexpulsándose, con el cuentarrevoluciones pasado y el depósito de gasolina seco. Me preguntó por qué Cambiasso desapareció en octubre y cuando ha regresado demuestra que merecía más confianza. El último mes de Figo también evidencia que podía haber ayudado en otras labores que no fueran exclusivamente la de interior derecho.
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Ayer se demostró de nuevo que es tan importante un once estelar como una plantilla con recursos. El rival jugaba con seis de sus titulares en la grada y se notó poco. El Madrid, cuando la cosa se puso fea recurrió al de siempre: Solari. La suerte pareció empeñada en no ayudar en este momento clave. Por algo será. Los tres palos del primer período eran un pequeño castigo a ese ir con la lengua fuera, en penalizar a un equipo que nos ha hecho disfrutar mucho pero que adolece de algunos fundamentos básicos para alzarse con el título del más regular.
No pretendo ser ventajista pero en la dura penitencia que se avecina hay que colocar en lugar destacado a Carlos Queiroz. Su terquedad ha hecho más insoportable el mapa de agujeros negros que adornan su plantilla. Con la Liga medio perdida a diez minutos del final, recurrió a Javier Portillo. ¡Torero!
