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Maradona: ejemplo a su pesar

Nunca quiso ser un ejemplo. Se lo demandaban y él lo rechazaba: "¿Por qué tengo que ser un ejemplo? Sólo soy un futbolista." Le pedían que fuera un ejemplo para la juventud mundial pero él no quería dar lecciones. Sólo sabía dar alegrías. Jugó como los ángeles, con virtuosismo y entrega máximos. Como jugador sí era un ejemplo, y un líder, y un compañero. Pero, ¿por qué un ejemplo? Nadie le educó para eso. Le educó la calle en una villa miseria de los arrabales de Buenos Aires. Tampoco nadie le enseñó a jugar al fútbol, pero eso lo traía. Lo otro no, y por eso no aceptó el compromiso.

Pero también ha sido un ejemplo, a su pesar. No al modo que esperaban Havelange, Grondona y tantos otros que le atormentaron con esa presión, pero ha sido un ejemplo para la juventud de todo el mundo. Este hombre podría tener más de lo que se puede desear: un país que le adora, fama mundial, una fortuna inmensa y una hermosa familia, con una mujer que le ha querido y perdonado mucho, dos hijas, los padres, un entorno cálido. Y muchos años por delante para disfrutarlo, muchos partidos para ver, muchos amigos para comentarlos, muchos viajes aún por hacer.

Todo eso se lo llevó la coca. Así de simple. En su fenomenal libro Yo, el Diego, confiesa que su adicción empezó en Barcelona y que ya le ha acompañado siempre. Durante muchos años ha luchado contra el polvo blanco, ha hecho profesión pública de su deseo de rehabilitarse, ha acariciado la victoria alguna vez, pero no es fácil. Cuesta abajo en la rodada, hace años que nos encoge el corazón con ese deterioro que nos tortura. Y nos ofrece, a su pesar, el ejemplo que nunca hubiéramos querido pedirle. El ejemplo de hasta qué punto es bueno evitar encuentros con la Dama Blanca.