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Casi apetece que Alonso salga siempre último

Después de ver el Gran Premio de Bahrein, casi apetece que Fernando Alonso salga siempre el último, para poder disfrutar lo que disfrutamos ayer. La Fórmula 1 ha derivado a una sofisticación que la distancia del espectáculo. Ha habido carreras en las que no hemos visto a Alonso adelantar ni ser adelantado por nadie, y los puestos se han jugado en averías o en la velocidad del repostaje o en el feliz acierto del momento escogido para hacerlo. Un juego de precisión mecánica y de astucia de ajedrecista, pero un espectáculo falto de vibración para el gran público.

Lo de Bahrein fue otra cosa. Y eso que esta vez la salida de Alonso no fue acertada, sino que le penalizó, porque de resultas de un toque tuvo que cambiar el morro y cayó al último puesto. Pero sus vertiginosas persecuciones de Massa, Webber y Sato, constituyeron un espectáculo único y nos hicieron vibrar con Fernando Alonso más que nunca. Está claro que el mérito es rodar arriba, donde los tiburones. Pero sean bienvenidas estas remontadas, que permiten vivir las emociones del ídolo como no es posible en ninguna otra modalidad deportiva, salvo las motos.

Porque la cámara subjetiva a bordo permite pilotar desde el sofá, permite compenetrarse con el as, sentir y sufrir con él, vivir el adelantamiento como un éxito propio. El realizador, aunque por un desliz se comiera el directo del adelantamiento a Webber, supo buscar en Alonso el gran espectáculo de la carrera. El otro gran espectáculo fue Sato, esa fiera sobre ruedas que aguantó los últimos ataques del asturiano. ¿Y Schumacher? Su perfección aburre, pero esa alegría casi de principiante que expresa en el podio refleja un alma de deportista que le hace adorable.