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La teoría de la conspiración

Sostiene Pablo Hernández Coronado en su libro Las cosas del fútbol que los árbitros son vocacionalmente imparciales porque para ellos "el éxito representa lo que es más que cualquier beneficio tangible: la satisfacción de su vanidad". Le recomendaría su lectura a Jaime Ortí, que es una especie de Pablo Alfaro de los despachos. Fuera del palco es un caballero y un señor, pero cuando se viste de presidente del Valencia se siente obligado a defender cada año disparatadas conspiraciones arbitrales encaminadas a que el Madrid gane siempre la Liga. Bobadas. Con esa táctica refranera de "aquí el que no llora no mama" conquistó hace dos años el título. Los madridistas siguen esperando una disculpa por todo lo que dijo entonces.

Este año llegó Marchena, le hizo a Raúl el penalti del Ushiro Nage (AS lo probó documentalmente) y Ortí rescató el lenguaje del victimismo. Pronto recaudó los frutos de su estrategia de la persecución: un penalti fuera del área ante el Deportivo en Mestalla (el segundo de la temporada para los ches) y uno clamoroso sobre Jesuli en Vigo que evitó el empate del Celta. También el Barça se benefició ante la Real con otro agarrón bestial sobre Aranburu. Pero nadie dijo nada. Este país ha estado convulsionado estas semanas por cuestiones ajenas al fútbol y tanto Valencia como Barcelona se han puesto a la estela del líder aprovechando el despiste del pueblo. Al menos, a mí no me la han pegado.