NewslettersRegístrateAPP
españaESPAÑAchileCHILEcolombiaCOLOMBIAusaUSAméxicoMÉXICOusa latinoUSA LATINOaméricaAMÉRICA

No existe nada más bello que asistir en persona a una noche europea en el Bernabéu. Todo es especial. La atmósfera, la tensión, el humo de los puros de los más clásicos... Por eso en el descanso no perdí la compostura. El 0-1 daba pie a mil cábalas derrotistas, el móvil echando fuego alimentando las voces de los que disfrutan con los puntos débiles de la galaxia y la señora de los bocatas que ve al personal con el rostro desencajado. A uno de los agoreros le dije: "El Madrid meterá tres o cuatro y demostrará que todos los caminos conducen a Roma".

La locura llegó después. Mi Ronie demostró que hasta cojo es el number one. Con él volvieron los goles y las victorias. Pero deseo pararme en el que fue su paciente suplente todo el año pasado. Fernando Morientes, manchego de bien, demostró que nadie le ha regalado el estatus que ahora posee en Europa. El Moro hizo lo que mejor sabe. Bien de cabeza, correcto con los pies y coordinado en el desmarque. Fue un revival de la película Tal como éramos, de Robert Redford y Barbra Streisand. Todo sigue igual. Por eso, cuando dibujó el 4-2 con su testa y miró al cielo para dedicárselo a 200 personas se me encogió el corazón y, como el resto del Bernabéu, le aplaudí emocionado. Del Moro al cielo. El príncipe de Mónaco está vivo. Eso sí, el Madrid, a semifinales.