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Galácticos contra Magníficos

Fútbol como terapia. Galácticos contra Magníficos, final de Copa, un partido, un par de horas ante la televisión. Para unos cuantos, un viaje, una emoción compartida al aire libre, una alegría o una moderada decepción. Una evasión de esta realidad que nos altera y nos oprime, una distracción inofensiva e ingenua. Llega en buen momento. No habrá celebraciones del ganador al final, la alegría será necesariamente discreta, porque todos estamos aún sumidos en un estado lúgubre, pero este partido nos ayudará a irnos reponiendo en la inevitable normalidad cotidiana.

Y es un buen partido. Galácticos contra Magníficos. Galácticos que viajaron ayer cuando la tarde ya vencía, relajados, confiados, seguros de su poder. Magníficos que están concentrados desde el lunes en Perelada, que entrenaron anoche, que lo harán esta mañana. Un equipo que se iba a Segunda y que ha reaccionado. Ha recuperado ese estado de confianza mutua, en el que cada uno se siente acompañado y compañero, capaz entre capaces, seguro de lo que tiene que hacer, de lo que sus compañeros esperan de él, de lo que él puede acompañar de ellos. Un equipo.

Enfrente, el Madrid impresiona, aun sin Ronaldo, por su calidad y por la certeza general de que cuando hay un objetivo importante a mano se acaban los sesteos, los despistes, la economía de esfuerzos. Es un equipo rácano en lo cotidiano, pero enamorado de las grandes aventuras. Esta lo es. Es un gran título, al que piensa agregar otros más valiosos. Enfrente tiene un equipo copero (diez finales en cuarenta años), que viene de menos a más y que acaba de enterrar todo posible complejo con su empate en el Bernabéu. Una buena final. Galácticos contra Magníficos. Fútbol como terapia.