¡Vaya yerno, don Lorenzo!
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Tengo recuerdos tibios de cuando corría la banda cedido en el Salamanca. Ya entonces me llamó la atención. Poderoso en el tren inferior, osado cuando atacaba y disciplinado defendiendo. Tardó tiempo en cuajar. Ha sido su destino: pelear siempre contra corriente. Salgado llegó sin hacer ruido al Madrid y hasta su nombre, Míchel, recordaba todavía al otro, al ocho. Tener como suegro a Lorenzo Sanz, tampoco le ayudó. Es más, cuando Florentino ganó las elecciones, muchos le miraron con recelo. Grave error. Míchel ha ido siempre a lo suyo. Hasta hace nada, cada verano sonaba un sustituto. Y cuando la terca realidad ha demostrado que es insustituible en su puesto ha renovado sin abusar, sin prolongar el proceso, despreciando ofertas mejores de Inglaterra, resignándose a ocupar un lugar destacado en la llamada clase media.
Los titulares de la prensa hoy vuelven a ser para Zidane y Casillas, pero Salgado inclinó la suerte de la eliminatoria entre los minutos 30 y 45. Salvó un gol y dio otro, pero lo hizo como siempre, sin hacer ruido, agachando la cabeza y apretando los dientes segundos después. Si la UEFA le hubiera sancionado a él en vez de a Roberto Carlos, apenas hubiéramos hablado de ello. Pero seguro que el equipo lo hubiera notado tanto o más. Lo mejor es que Míchel lo sabe y no se queja. En un juego colectivo, asumir cada uno su papel es importante. Quédense, sin embargo, con un detalle de Zidane, que en una entrevista la semana pasada elogiaba, antes que a otros jugadores de la plantilla del Real Madrid, al lateral derecho. Decía el francés que nunca antes había visto trabajar tanto a un compañero. Cierto. Lorenzo Sanz puede estar orgulloso de su yerno.
