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La Décima Sinfonía

No era noche para frivolidades. Un partido de hombres y para hombres. Un Madrid-Bayern. Osea, lo más plus del fútbol europeo. Por eso no hubo hueco para las exquisiteces ni para los lujos. Sin samba, el Madrid supo contextualizar su juego hasta lograr que los alemanes sufrieran el Síndrome de Estocolmo, vamos, que los galácticos dejaron el traje de luces en casa y apostaron por un perfil más germánico que el del previsible ejército de Hitzfeld. Y en esas, apareció Zidane. Se me ocurrió ver en la víspera del gran duelo el vídeo de la Novena, y me regodeé con el megagol de Zizou tras el centro lunático de Roberto Carlos. El balón subió hasta las nubes y este marsellés tocado por los dioses tuvo la ocurrencia de preparar su cadera como si fuese un madelman para empalar la pelota a la escuadra del Bayer Leverkusen dibujando el mejor gol de la historia de la Copa de Europa.

El Bernabéu echaba fuego por la boca, pero el fútbol no estaba a la altura de la cita. Por eso, el personal sólo podía aferrarse al efecto Zizou. Beckham centró, Salgado (imperial), acompañó con la cabeza y O Rey Zinedine apareció en el segundo palo como si se hubiese colado en el teatro de nuestros sueños para protagonizar la última escena besando a la novia más deseada. De nuevo, reubicó su cadera ortopédica y escenificó una especie de tijera-volea que hundió a ese Kahn que está para sopitas y buen vino. Buen portero, pero jamás tendrá el afecto del pueblo por su osadía. Ni ganó él solo el partido ni suturó la herida de su kahntada de Múnich. Y me faltaba Casillas. Buffon, jubila tu camiseta rosa y mírate el vídeo y observa la parada de Iker a Makaay. Casillas personifica el espíritu de la Décima. Por cierto, Ronie, nos vemos en cuartos, amigo.