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Bilardo no quiere apearse

Fue la penúltima de Carlos Salvador Bilardo. El pasado fin de semana el ahora entrenador de Estudiantes de la Plata poco antes del partido instaló una mesa y sillas de plástico delante del banquillo; de una cubitera sacó una botella de champagney brindó "por el espectáculo".

Le quisieron detener allí mismo por beber alcohol en un estadio. Adujo que el contenido de la botella era una bebida isotónica mezclada con agua gasificada. El único dato serio de aquella tarde de

domingo es que le endosaron tres goles a su equipo. La semana anterior perdió por 1-4. Siete goles encajados en las dos primeras jornadas del Torneo de Clausura argentino.

Días antes del inicio del campeonato sometió –nunca mejor dicho- a sus jugadores a doce horas seguidas de entrenamiento con un fondo de música tropical a todo volumen por la megafonía. "Se le sale la cadena", dicen. Le conocí durante un congreso internacional de fútbol en México, a finales de noviembre de 2002. No está bien; o así me lo pareció. Ahorro detalles. Pero recuerdo que en plena exposición de su ponencia El perfil del entrenador líder, relató un pasaje de cuando estudiaba medicina: en un examen oral de farmacología el jefe de cátedra, después de definir el cuadro clínico de un hipotético paciente, le preguntó por la dosis de morfina que debía suministrarse; tras escuchar su respuesta, el cátedro le espetó: "retírese, mató al enfermo".

Bilardo lleva años viéndose únicamente a si mismo. Está encantado de conocerse. Y se autoestimula con un raro sentido del humor. Hasta que otro técnico gane otro Mundial, Argentina estará dividida entre "menottistas" y "bilardistas". Dos formas de entender el fútbol totalmente antagónicas. Ahora a este viejo debate, se suma otro relativo al grado de cordura que atesora Bilardo. Su programa semanal en una emisora de radio y, hasta el pasado año, también en televisión provoca hilaridad y estupor. Cumplidos los 60 años, aún tiene pendiente de conocer algo tan elemental como el ridículo. No quiere apearse. Ha colocado el balón en el centro del campo de un país tan amante del psicoanálisis y les ha dicho: "jueguen, estoy loco o me lo hago". Aunque conociendo su filosofía del fútbol, no dejará jugar ni a unos ni a otros. Y seguirá entreteniendo con otra boludez. Habrá quién eche en falta otro cátedro que le diga:

"retírese…".