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El ciclista de hoy es el boxeador de antes

Hace diez días que murió Pantani, en circunstancias de una simetría significativa con las del Chava Jiménez. Todo el mundo del ciclismo sintió un escalofrío en ambos casos, pero las bicicletas siguen rodando. La semana pasada en Andalucía, esta en Valencia, la próxima en Murcia. ¿Qué otra cosa pueden hacer? Y mientras ellos ruedan, los druidas que sintetizan potingues en los laboratorios, los druidas que los recetan y los druidas que los deslizan entre las fronteras como puros narcotraficantes, se enriquecen. Ellos no se suben a la bici, no se cansan. Tampoco se envenenan.

Ellos hacen un buen dinero suministrando recetas, tratamiento y productos de efectos milagrosos al pelotón ciclista, que se ha hecho dependiente de sus fórmulas. Como son productos de última generación, tienen precios altos, porque carecen de referencias con las que compararse. Como se trata además de un tráfico ilegal, se encarecen más todavía. Así que los ciclistas se ven obligados, si quieren ejercer este oficio, a gastar buena parte de su soldada en envenenarse paulatinamente. Mientras, las cuentas corrientes de los desaprensivos crecen en proporción geométrica.

Alguien me dijo el otro día que existe un paralelismo entre los ciclistas de hoy y los boxeadores de antes, que terminaban, en la mayor parte de los casos, sin dinero, o con poco, y la salud muy deteriorada. El ciclista no recibe golpes en la cabeza, pero intoxica su organismo con bioquímica de última generación cuyas consecuencias tardan en conocerse, pero que ya sabemos que son tenebrosas. Las autoridades tienen que entrar de lleno en este campo, en el que los buenos sufren, se envenenan y a veces mueren y los malos se enriquecen desde su desaprensiva discreción.