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La Copa tiene un sabor especial

Cuatro aficiones contienen la respiración: está en juego la final de Copa. Me gusta el sobresalto de esta competición, porque siempre te juegas el todo o nada. Por ejemplo: el domingo hay un partido cumbre en la Liga, Madrid-Valencia. Los dos mejores, sangre en el ojo, el goal average particular pendiente, todo lo que quieran. Pero todos sabemos que, pase lo que pase, podrá tener remedio para cualquiera de los dos. Sin embargo, lo de hoy en Sevilla y lo de mañana en Zaragoza no tendrá remedio. Pasarán dos, dos quedarán fuera. Y a saber cuándo tendrán otra oportunidad así.

El Madrid lleva una ventaja buena, pero el Sevilla se siente vivo. Ese tercer gol que el Madrid llevó a Valencia pero que no lleva a Sevilla hace que el equipo de Caparrós pueda al menos saltar al campo con la convicción de que la final es posible. Y con toda la afición detrás. Basta con escuchar o leer las declaraciones de los sevillistas para comprender que creen. Y el que cree, puede. Caparrós pide dientes apretados y cabeza fría, dos goles y luego empezar de nuevo. Queiroz pide un gol, con uno le basta, porque aquel cuatro no se puede repetir, sin Reyes ante Pavón.

Y la ciudad siente un hormigueo. Las aficiones son sabias, porque han madurado durante un siglo profundas intuiciones. La del Sevilla olfatea en el ambiente que el milagro es posible. La del Madrid se revuelve inquieta, confiando en los dos goles de reserva y en que, sí o sí, Ronaldo marcará, antes o después. Pero mientras llega o no llega ese gol, el madridismo tragará saliva y contará impaciente los minutos. Unos y otros se levantarán hoy excitados, con esa sensación que sólo puede producir el fútbol sin calculadora, el fútbol bravío e irremediable. El fútbol de la Copa.