La caldera debe arder
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Es lícito que los jugadores del Sevilla recurran a calentar a sus aficionados justo desde que el árbitro pitó el final de la ida. Si no dicen ellos que creen en la remontada, no se acercaría a Nervión ni el tato. Aunque seguro que también saben que esos estados de excitación son de ida y vuelta. La presión se traslada al campo y, o controlas los impulsos, o acabas desfondado en el primer cuarto de hora. Por ahí, se escapa una patada a destiempo o descuidas la marca y se viene abajo la euforia en un minuto. Jugar con el estómago revuelto, ansiedad contagiosa y ánimo de revancha no suele resultar práctico para lograr una goleada. A Caparrós le toca la parte fea de la representación: mantener la cabeza fría y sujetar a los más guerrilleros.
Falta, eso sí, el diablo con cuernos y rabo al que zurrar la badana. No salió malo el arbitraje de Turienzo hace una semana ni hubo reyertas que hirieran el orgullo de nadie. Mejor así. Ante la ausencia de agravios, queda recurrir a la heroica para mejorar la historia. Aunque parezca una contradicción, lo ideal para el Sevilla sería un partido lento, poco trabado, limpio. La templanza de Martí antes que el atolondramiento de Darío, el desequilibrio de Alves antes que la rudeza de Alfaro. Y no olviden a Guti. Él, más que Beckham, debe controlar el ritmo. De su sangre fría dependerá que el Madrid no pierda el balón en los primeros minutos. Mientras todo eso llega, que arda la leña.
