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Peligro: Abramovich tiene prisa

Llegó al fútbol este verano como un terremoto. Compró el Chelsea por 85 millones de euros, gastó una cantidad superior a esa en liquidar las deudas apremiantes del club y luego otros 158 millones en once fichajes, prácticamente un equipo nuevo. Entre ellos, gente de tantísimo fuste como Crespo o Verón. Al Madrid le hizo un agujerito (que luego no ha sido tanto como dice Helguera) llevándose a Makelele, y al Manchester United uno más grande al arrebatarle a Peter Kenyon, el director general del club, mano derecha del presidente. Se atreve con todo y con todos.

Después de todo eso tiene al Chelsea tercero en la Liga, tras los consolidadísimos Arsenal y Manchester. Está en semifinales de la FA Cup, que jugará justamente contra el Arsenal, y en octavos de la Champions, con el Stuttgart de rival. No está mal para un primer año. Pero a él le parece poco, así que para hoy mismo tiene una cumbre con Peter Kenyon con otros doscientos millones sobre la mesa, para un segundo proyecto. Entraría Eriksson, el sueco que lleva la selección inglesa, en lugar de Ranieri. Y entre los objetivos de caza mayor están Ronaldo, Roberto Carlos y Joaquín.

¿Qué pasará ahora? Es difícil de saber. Ya dijo David Dein, director general del Arsenal, que desde que llegó Abramovich se siente como si tuviera a alguien en el jardín de su casa bombardeándole con billetes de cien libras. Quizá Florentino empiece a sentir lo mismo. Y Lopera. El problema es que Abramovich actúa fuera del mercado, tiene una fortuna inmensa y de él se cuenta con mucha base que quiere sacar todo el dinero que pueda de Rusia, porque Putin le pisa los talones. Convertir rublos en futbolistas de postín afincados en Londres es una buena forma de tenerlos a salvo.