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El chico de la tierra no es del club: es de todos

El sevillismo anda mohíno. Ni siquiera las emociones de una semifinal de Copa contra el Madrid han conseguido levantar su ánimo ni cambiar el debate. El traspaso de Reyes al Arsenal en operación relámpago ha dejado a la afición con aire de abatimiento. Tras la estupefacción de primera hora y un cierto inevitable orgullo por ver a un jugador propio proyectado a un grande de Europa, llega la bronca. La gente le extraña, el equipo ya no es el mismo, el sevillismo se siente mal. Del Nido no encuentra aprobación y difícilmente va a ayudarle Magallanes a tapar ese agujero.

Le dieron un buen dinero, sí. El Sevilla necesitaba ese dinero, sí. Pero hemos quedado en que el fútbol no es un negocio, sino que está movido por factores emocionales que difícilmente se pueden traducir a dinero. Un caso claro era Reyes, jugador local, chico de la tierra, emblema en el que el sevillismo podía reconocerse. El chico de casa es el chico de casa. Casi todo club lo tiene y lo debe preservar. No es como los otros, aunque pueda parecerlo. No es como los otros porque el fútbol mantiene, a pesar de su acelerada globalización, un factor localista aún muy metido en su esencia.

Por eso los Gil nunca se han sentido capaces de vender al Niño Torres, y eso que la operación les hubiera convenido mucho desde el punto de vista económico. Por eso Lopera ha atado a Joaquín, y a ver quién se lo quita. Por eso el Valencia se aferró a Vicente y dejó marchar al Kily. Por eso Raúl resiste la llegada de un galáctico cada año sin perder cartel ante la afición. Por eso el Espanyol sobrevive colgado de Tamudo. Por eso Fran le ha dado un sello de autenticidad al Depor de estos años. Y así tantos otros. El chico de la tierra no es como los otros. No pertenece al club. Nos pertenece a todos.