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¡Así, así, así gana el Madrid!

A las siete y media de la tarde corrió la bomba fétida por los alrededores del Bernabéu. Ronaldo no juega. "¿Cómo? No es posible", se preguntaban niños, maduros y ancianos con un gesto de desamparo inconsolable. Faltaban cinco minutos y en los bares de la calle Concha Espina aumentaba la zozobra. "Tomás, ¿será una broma? Sin Ronie estamos j...". Un servidor intentaba consolar al pueblo, pero todo esfuerzo era estéril. En realidad, la frustración fue similar a la que debió vivir el gran Pepe Isbert cuando extravió a Chencho en la Plaza Mayor en la inolvidable película La gran familia. Al entrar el personal al Bernabéu el desconcierto aumentó al comprobar que Portillo no ocupaba el puesto de Ronaldator, por pensar Queiroz que con Raúl de nueve y Solari de media punta se podía arreglar el inesperado descosido.

Pero cuando el río se desbordaba, el terremoto acechaba y los hombres de poca fe ya temían las siete plagas de Egipto dibujadas en el perfil cartaginés de Pablo Alfaro, el Madrid salió al rescate como en los viejos tiempos. Primero, gracias al ímpetu y el empeño adolescente de Portillo. La lesión de Figo le dio al chaval la oportunidad que hubiese merecido desde el minuto 1. Solari volvió a su banda y Raúl a su lugar de caza habitual. Recuperada la coherencia táctica, el ejército galáctico se olvidó de sus bajas ilustres y se comió al Sevilla como en las recordadas remontadas de los 80. El espíritu del Buitre, veinte años después, sobrevoló el nido del cuco de ese Madrid que tiene enamorado al mundo entero con su fútbol sincero y estético. Los golazos de Solari y de Raúl dejaron al Sevilla sin argumentos victimistas. El Bernabéu coreó la gran verdad: "Así, así, así gana el Madrid". ¿O no?