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El viejo soccer manda en el planeta

Me quedé, como muchos de ustedes, supongo, a seguir la Super Bowl. Al fin y al cabo, es una de las cumbres anuales del deporte e, indudablemente, una gran fiesta en los Estados Unidos, la capital del imperio. El partido lo vieron 140 millones de norteamericanos, nuevo récord. Los anuncios de treinta segundos en el descanso salían a 1,9 millones de euros. La teta incorrupta de Janette Jackson, mostrada procazmente (se supone que a traición, y rápidamente escamoteada por la CBS) era ayer el debate nacional. Ganaron los New England Patriots.

Un buen espectáculo, en conjunto. Pero si me permiten, con un aire de algo ya visto anteriormente. Me inicié en esto de la Super Bowl en tiempos de los 49ers de Joe Montana, que me fascinaron. Cada vez que veo una de estas finales me siento agradecido porque detecto el esfuerzo de los organizadores por ofrecer un gran espectáculo. Pero al final me siento como si hubiera visto de nuevo Lo que el viento se llevó. Algo grandioso, pero ya conocido. Algo para disfrutar por su belleza formal y su grandiosidad, pero con la emoción ya gastada por lo que se ha visto muchas veces.

Así que resulta que el viejo soccer aún manda en el planeta. Sus clubes copan los primeros puestos del ranking resultante de medir ingresos, costo en salarios y beneficios, con el Madrid a la cabeza. Y conquistan el mundo exterior a los cada vez más aislacionistas Estados Unidos. El viejo fútbol ha sabido evolucionar con los tiempos, ha acelerado su ritmo de juego, ha ganado en vértigo, en agresividad y en destreza y no ha necesitado postizos en forma de escenarios móviles, tetas fugaces y cantantes de tronío para entonar los himnos. Por eso está por delante.