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La penitencia de Roberto

Llevo dos semanas recibiendo llamadas de amigos que repiten machaconamente la misma pregunta: "Tomás, ¿qué le pasa a Roberto?". Lógico. Desde el partido de Son Moix juega distraído, no irrumpe en velocidad como nos tiene acostumbrados, comete errores de concentración y, lo más grave, juega triste, sin esa sonrisa perenne que lo había convertido en un icono emocional para los inquilinos del Bernabéu. Los datos fríos acusan con el dedo a este brasileño pequeño de tamaño pero gigante de corazón, capaz de hacer felices a miles de niños y de satisfacer los paladares futbolísticos de millones de madridistas.

Robertinho llegó a Madrid hace ocho años con pelo en su calva mágica y un aire de jugador frustrado por su doloroso paso por el calcio. Pero aquí recuperó el sentido lúdico del juego, se enamoró de la capital, sus costumbres, su gastronomía... Todo le sonreía, ganó Ligas (3), Champions (3), Copas Intercontinentales (2)... Por desgracia, la vida te conduce en ocasiones a laberintos de difícil salida. Roberto entró en uno de ellos y llegaron los problemas. Separación matrimonial, el agente que le estafa un río de euros, el Bernabéu que le silba por primera vez desde 1996, la renovación de contrato hasta el 2007 que le tiene en estado de alerta, los cacos que le asaltan la casa y se llevan relojes, joyas, dinero y trofeos (menos mal que la policía ha recuperado casi todo el botín). Vamos, que a RC sólo le ha faltado en estos meses de furia y locura pegarse un tiro en un pie.

Por eso pido comprensión para esta bala humana que en junio dibujó el alirón liguero con un golazo al Athletic. Roberto es un chico de 30 años que ha vivido tan rápido como sus explosivos disparos. Ahora lo está pagando. Pues ayudémosle. Él está dispuesto a sentarse con Valdano, primero, y Florentino, después, para ser blanco hasta que cuelgue las botas. En el pecado ha llevado la penitencia. Rober, estás perdonado. Crack.