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Don Benito, un visionario

Siempre consideré que a Benito Floro le devoraron los prejuicios. Primero, eso de ser el ideólogo del Queso Mecánico no sonaba glamouroso. Algunos lo despreciaron por el simple hecho de ser el héroe de un equipo manchego. ¡Pobre Quijote! Pero el estilo atrevido de Mendoza (¡dale Ramón...!) le dio al asturiano la oportunidad de torear en Las Ventas cuando muchos no le veían dando muletazos más allá de Pozoblanco. Triste error. Floro era innovador, inteligente y, en contra de lo que pregonaron sus enemigos, jamás utilizó sus gafas de Harry Potter para vender imagen. Floro era mucho más que su criticado psicólogo y el famoso limón de Chendo en calzoncillos. Hoy les reitera a ustedes que el saque de banda tiene mucha importancia. "Pobre Floro, dice semejante estupidez y encima se cree un erudito del fútbol de pizarra", pregonaban sus enemigos desde que lo dijo por primera vez hace diez años.

Pues les voy a confesar algo. 15 de mayo de 2002. San Isidro. Hampden Park. La final de la Champions entre el Madrid de Zidane y el Bayer Leverkusen estaba en los asaltos de tanteo. Roberto Carlos saca de banda desde el centro del campo. El balón se desplaza casi 45 metros gracias al desmarque ensayado de Raúl. Jugada de probeta. La defensa alemana queda con su germano trasero al aire. Raúl, listo como los ratones coloraos, supera a Butt con un remate escorado al palo y hace estallar a 20.000 madridistas. 1-0. Miro a Colino, varias generaciones más joven que yo, y le digo: "Carmen, has visto el gol de Floro en una final de la Copa de Europa". Ella no supo muy bien qué le decía, pero en ese mágico instante sentí desde las gradas del mítico estadio escocés que la gente con método y con afán por instruir merece un respeto. Va por tí, Benito. Buen entrenador. Buena persona.