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Inocentada en el Saporta

Ya se sabe que los 28 de diciembre son días propicios para la chanza y la burla, pero está visto que algunos no escarmentamos. Un servidor, que llevaba dos años sin pisar el Saporta (soy pecador, pero veo que no me he perdido nada), decidió regresar a esa cancha en la que de niño vibré jaleando las penetraciones de Corbalán, los rebotes heroicos de Fernando Martín, las certeras suspensiones de Brabender o, más adelante, las fantasías animadas de ayer y hoy de Drazen Magic Petrovic. Era un Madrid-Barça con la Copa en juego (o eso decían las crónicas) y pensé que era el momento idóneo para retornar al Saporta (¡Si Don Raimundo levantase la cabeza!).

Pronto descubrí mi craso error. Cierto que las gradas estaban repletas como en los viejos tiempos, pero la megafonía suplía con aplausos grabados el teórico pánico escénico que pretendía crearse en el eterno enemigo. Absurdo. En mi época cinco mil gargantas rugían como si fuesen 30.000, como en aquel Madrid-Barca de hace dos décadas en el que Iturriaga y Mike Davis acabaron a mamporros (¡qué par le echó Martín saliendo al cruce de ese negro enfurecido que echaba fuego por la boca!) antes de que Wayne Robinson forzase la prórroga con dos tiros libres inolvidables en el último segundo. Posiblemente, el mejor partido de baloncesto que se haya visto en este país. Lo de ayer fue otra historia, casi diría otro deporte. El Madrid se mantuvo vivo mientras que a Bennett le quedó fuelle, pero Kambala tardó 14 minutos en mostrar su poder intimidatorio y el Barça se permitía el lujo de salir del trance con su galáctico, Dejan Bodiroga, vestido de calle. Les bastó con las bombas de Microondas Navarro. El Madrid me dejó helado. Felicítenme. Soy un Inocente.