Somos o no diferentes
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Visto el bronco encuentro frente al Racing de Santander del pasado sábado, creo que ya no le quedará a nadie ninguna duda sobre la singularidad que siempre nos ha caracterizado. Resulta difícil para el aficionado a unos colores vivir más sobresaltos anímicos en tan corto espacio de tiempo. Me provocó dolor ver el tremendo golpe que antes del descanso sufrió Fernando Torres en la espalda -los árbitros deberían vigilar con más celo los furibundos marcajes que sufre nuestro nueve-, me recorrieron escalofríos con la angustiosa jugada del primer gol en la que sabía perfectamente que el balón iba a acabar en nuestras redes; me desesperé con el penalti fallado por el Caño Ibagaza; vi el cielo con el gol de Musampa y me indigne con la absurda falta máxima que provocamos y que a la postre nos privó de la que pudo ser última victoria del año ante los pupilos de Lucas Alcaraz.
Ultimamente reniego de los tópicos que nos persiguen, pero los hechos me impiden desterrarlos del todo. No es posible acumular tantas calamidades en un único partido. Pensé que el fatalismo de antaño empezaba a ser una cosa del pasado, pero hete aquí, que no, que la maldición continúa. Finalizado el singular encuentro ante el Racing, pude oír en la letanía a un aficionado atlético maldecir nuestra endémica mala suerte. La vida sigue igual.