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La grandiosa belleza del fútbol

Así es el fútbol que a todos nos gusta. Con vocación permanente de ataque, con espacios, con predominio de los jugadores sobre las tácticas, con llegadas de gol, con goles, con paradas de los porteros y con el público entusiasmado. Así fue el partido de ayer en el Bernabéu, entre dos grandes de Europa, y que se resolvió por el corto margen de un gol: el que se le negaba a Raúl desde algunas semanas atrás. Raúl necesitaba este gol. Y el Madrid necesitaba un gol de Raúl porque por muchos galácticos que reúna todos sabemos que hay partidos que o los arregla él o no los arregla nadie.

Fue el colofón de un partido grandioso, un poquito como era el fútbol antes, con cierto desorden y mucha ambición ofensiva. Y con unos jugadores colosales, sobre los que brilló por encima de todos Zidane, que juega a otra cosa, distinta y superior. Pero no lejos de él quedaron varios jugadores, algunos tan poco cantados o celebrados como Sergio, que dio un recital que incluyó un perfecto pase de gol a Pandiani. Como fue una maravilla ver una vez más a Luque, o a Roberto Carlos, o a Molina, que le robó dos goles a Ronaldo, siempre amenazante. Y así hasta veintitantos.

El fútbol necesita de cuando en cuando estos despliegues de toda su belleza y todas sus virtudes para lavar los pecados que en su seno se producen. Para compensar las miserias crónicas de la Federación, los arbitrajes como el de Pino Zamorano, el bochorno incesante del caso Gurpegui, o actitudes ventajistas y antideportivas como la que se propone Osasuna para aprovecharse de un despiste (esa es la palabra, despiste) de Lucas Alcaraz. Un partido así de cuando en cuando nos devuelve lo fundamental. Y lo fundamental es que el buen fútbol es de una belleza grandiosa.