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Zidane tiene 31 años, a sólo dos de la edad de Cristo. Pero ya es Dios. Si la Biblia incluyese un apéndice vanguardista le dedicaría unas líneas a este marsellés de nacimiento y argelino de corazón que se ha convertido en un icono para la Francia mestiza, el Magreb y el madridismo, que siente devoción por este bendito calvo de ojos cristalinos que se ha empeñado en enterrar la leyenda de Di Stéfano mejorando su obra. El Madrid se siente con Zidane como Moisés ante el Mar Rojo. Sabes que hasta en el peor día terminará abriendo las aguas con su talento.

El Albacete, como ya les avisé ayer, fue un rival dignísimo con un Parri imperial (Ferrando, gracias por cambiarle). Pero Zidane salió al rescate. Si Maradona demostró en México 86 tener la mano de Dios y la prensa alemana afirmaba esta misma semana que Zizou poseía los pies de Dios, anoche quedó claro que el genio marsellés tiene la cabeza de Dios. Sin pelo, limpia y clarividente. Su cabezazo divino tapó la hemorragia provocada por la revolución pavoniana de Queiroz, que puso a Borja y a Portillo en el prado cuando menos lo esperaban.

El que ya tiene la mili acabada desde hace tiempo es Beckham, que nos regaló una joya en forma de golazo digno de exponer en un museo de arte moderno. David le pega a la pelota con la precisión de su compatriota Wilkinson. El drop del galáctico del rugby ante Australia me subió la bilirrubina, pero lo de Beckham a Roa fue como el bazooka con el que Anderson tumbó al Barcelona. Los nuevos líderes fabricaron la décima victoria en el Bernabéu en un partido sin luces. Buena señal. Sólo los campeones son fiables y seguros en los días de furia.