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En la historia militar de Francia, dos países han sido nuestros típicos enemigos: Alemania e Inglaterra. Pasa lo mismo en la historia deportiva. De ahí la gran expectación que despertaba entre nosotros franceses el pasado fin de semana. El sábado la selección francesa de fútbol jugaba contra Alemania, el equipo que tradicionalmente ha acortado nuestros sueños de victoria. Y el domingo por la mañana nos tocaba Inglaterra en semifinal del Mundial de rugby. Los ingleses casi siempre nos han robado nuestras esperanzas. Por desgracia, el fantástico triunfo de Zidane y cía en tierras alemanas (3-0) para un partido amistoso no compensa la gran desilusión provocada por el naufragio ante el quince de la rosa. 24-7 ha sido un resultado lógico. El talento y la serenidad de los ingleses se impusieron. No olvidemos de que se trata del mejor equipo del mundo pero el bonito recorrido de los franceses en Australia dejaba augurar un final más feliz.

Este Inglaterra-Francia ha sido el último partido de Galthié, el valioso capitán, que ya ha anunciado que ni siquiera disputará el encuentro para el tercer puesto. Laporte, el seleccionador, medita su futuro. Parece que se cierra un capítulo. Es lo bueno que tiene mi país. Hay gente que sabe asumir sus responsabilidades en la derrota. La Francia del rugby, que es más o menos la misma que la Francia del fútbol, está triste. Pero no busca excusas.