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Cambios buenos, cambios tardíos

Los cambios son el debate. Unos dicen que fueron buenos, otros dicen que fueron tardíos. En realidad, todos estamos de acuerdo en todo: fueron buenos y fueron tardíos. De nuevo la botella medio llena o medio vacía. La pista final nos la puede dar el enfado de Sáez cuando ayer le preguntaron por la cuestión. No le gustó la pregunta, señal de que no tenía a mano explicaciones muy convincentes. España perdió muchos minutos en la segunda parte. Luego fue un huracán, cuyo ojo se localizó primero en Valerón, luego en Joaquín, finalmente en todo el estadio.

Fue hermoso y vibrante. Tres jugadores que salen, en corto espacio de tiempo. Jugadores que estaban espesos, sin soluciones, que sufrían el paso del tiempo en su estado anímico. Entran otros tres, frescos, con la mente clara, porque están descansados y porque desde el banquillo, mientras se comían los puños, podían ver lo que los otros desde el campo no veían. Su presencia inflama al equipo y se forma un vendaval. El público, que nunca ha cesado de animar, se transporta ya definitivamente y realimenta a su vez al equipo. Los noruegos retroceden asustados.

Fueron catorce remates a puerta en quince minutos. Un portero sofocado sacaba manos como podía, en medio de todos aquellos grandullones que por fin se desvencijaban. Un arreón hermoso, con la pizarra rota, con Baraja arriba, Puyol empujando por el centro, lo mismo que Helguera. Rebelados todos contra ese 4-2-3-1 a cuya lealtad Sáez sacrificó tantos minutos. Un arreón hermoso que sólo dejó un gol en el marcador, pero que pienso que dejó algo más: la certeza en ambos bandos de que España es mejor, el miedo metido en el cuerpo de los noruegos. Y eso vale por un par de goles más.