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Todos llaman a la puerta

Dejémonos todos de fariseísmos y de actitudes petulantes. Hace diez años el Madrid aparecía en el mercado de jugadores como un elemento extraño, en plan Alien, el 8º Pasajero. Todos alababan el esplendor de la magna obra de Santiago Bernabéu (lo mismo que diría un cubano de los años 50 recordando la dictadura de Batista), pero no había manera de sacar pecho ante ese recrecido Dream Team de Cruyff que ganaba las Ligas de gañote (el día que García de Loza y Gracia Redondo se confiesen nos reconocerán que allí hubo mucho tomate), pero capaz de enamorar al pueblo con su fútbol de jara y sedal. Pero el Madrid supo aguantar el chaparrón del desprecio y de la falta de sensibilidad histórica. ¡Pobres ignorantes!

Apareció Florentino, una especie de mago Houdini capaz de permanecer cinco horas bajo el lago helado con tal de purificar el oxígeno del club más grande todos los tiempos. Y fue así como consiguió enamorar a Figo ("Soy el mejor, pero las flores se las lleva Rivaldo. Me voy"). Después sedujo a Merlin Zidane, que le dijo a Agnelli: "Ahí te quedas. Como el Madrid no hay nada". Su tercera conquista bailaba la samba en secreto en Milán y acabó harto de arrastrar los grilletes que le imponía el sargento Cúper en sus delicados tobillos. Ronaldo quería disfrutar de la vida y se vino al Bernabéu, a la ciudad del amor libre futbolístico. ¿Y David? Ya saben, Beckham in love. Owen, the next.