Eran niños en el oro de Barcelona 92
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A la FIFA y a nuestra Federación nunca se les vio muy entusiasmadas con los Juegos Olímpicos. Pillan poco de ahí. Su chollo está en el Mundial, donde se forran a costa de la generosidad de los equipos, que ceden a sus estrellas sin recibir ni un euro a cambio. Por eso es loable que dos chavales que ya están en la cumbre dejen caer que les ilusiona jugar en Atenas. Fernando Torres y Casillas muestran justo el espíritu contrario al de Clemente, seleccionador en Atlanta, al que tuvo que tirar de las orejas la administración deportiva por sus desprecios al torneo olímpico. Villar y sus amigos no sólo sacan poca tajada de los Juegos sino que siempre han visto un posible peligro en ese acontecimiento para el goloso pastel del Mundial. Por eso las limitaciones de edad y otras zarandajas. Desde que se admitió a profesionales, se les acabaron las coartadas.
Insisto, bien hacen Iker y Fernando en soñar con la cita olímpica del próximo año. Eso sí que es una vez en la vida. En el 92 se ganó el oro en Barcelona. Aquella generación mágica llegó luego a la élite, aunque sus estandartes han tenido un final raro (Kiko, Guardiola, Abelardo) y poco merecido. Pero son ellos los que deben tener parte de culpa en este ataque de amor patrio de las figuras que vienen pegando fuerte ahora. Los que vayan a Atenas, si es que vamos (los Sub-21 todavía tienen que sacarnos el visado), apenas tenían diez años entonces, edad ideal para registrar instantes tan apoteósicos. A todos aquellos niños a los que les apasionaba el fútbol en los Juegos de Barcelona no se les borrará nunca de la memoria la explosión de júbilo de noventa mil catalanes en el Camp Nou, ni las sonrisa del Rey, ni la fiesta en el podio, ni...
