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Cuatro años, un ciclo olímpico, dan para mucho. Al menos para que aterrice, se instale y consagre el portero mejor dotado del planeta. Iker Casillas Fernández, con 18 añitos indisimulables y el acné propio de un púber, dio sus primeros pasos en La Catedral (San Mamés) hace 50 meses. Después superó la Selectividad del Bernabéu (los listos de siempre le recriminaron un gol de Djalminha) y terminó ganándose el corazón de nuestras madres con sus lágrimas en Hampden Park. Todo muy bonito, pero las hazañas del nene adquieren una jerarquía más elevada si analizamos su progresión como arquero. Lo que es.

El Casillas versión 2003 es insuperable en el mano a mano, posee los mejores reflejos de la ATP de los guardametas y hasta el juego por alto, al que se aferraba su sector crítico para cuestionarle, ha dejado de dar carnaza a los hombres de poca fe. Uno que ha visto a Miguel Ángel, Gª Remón, Agustín, Ochotorena, Buyo, Cañizares e Illgner puede proclamar orgulloso que el Madrid ha encontrado un Robocop que ha injertado en su espaldas (más anchas que nunca) lo mejor de todos ellos.

S i yo fuese corresponsal de France Football y pudiese dar mi voto para el Balón de Oro, este año me marcaría la chulería de votar por un goalkeeper. Por Iker... Dado que a mi admirado Raúl le tienen apartado de un galardón que lleva un lustro mereciendo con su constancia impagable y su carro interminable de goles, premiemos al chico y acabemos con el tópico de que para ser portero hay que estar loco o ser un marginado social. Casillas tiene el cerebro de un tipo de 40 años y es the best. El niño de Glasgow ya es un hombre.