Prueba para guerreros
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No he tratado con Paco Flores pero me cae de cine. Se nota que ha mamado el fútbol desde pequeño. De la escuela de Camacho, no se calla ni debajo del agua. Toda esa rudeza que a veces transmite, se transforma en ternura cuando se acuerda de sus íntimos. Su padre no ha podido disfrutar del ascenso de su Zaragoza, pero ahí está el hijo para desafiar al más pintado, incluido Pardeza, que se apunta a la moda del director deportivo de formas exquisitas, verbo fácil y riesgo controlado. Flores hace grupo y eso, si le dejan, se verá en el campo.
Luego está Milito. Recuperado de una lesión de forma milagrosa para no perderse el choque ante el pretendiente que le dejó colgado en el altar. Huele a futbolista de una pieza, de esos que no se arrugan. Ha logrado jerarquía sobre el grupo a base de buen juego y contundencia. Es la segunda amenaza para un Madrid que tiene aprobada a medias la asignatura de los estadios hostiles. Por último está el Madrid, inseguro a ratos y estelar casi siempre. Cuando juega fuera hay que mirar si la moneda cae de cara. Se ve en los cinco primeros minutos. Tras el fiasco de Valencia han desaparecido las lagunas, pero La Romareda siempre fue territorio comanche y ahí es donde se suele arrugar más de uno. Ese estadio empuja como pocos, pita faltas y atolondra, sobretodo si eres grande y poderoso. Caldo de cultivo ideal para el espíritu guerrero de Flores y Milito.
