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Cada vez que un aficionado al buen fútbol acude a un partido del Madrid de los Galácticos, raramente se queda decepcionado con Zinedine Zidane. Casi siempre el crack francés tiene algún detalle que le hace levantar de su asiento y le lleva a pensar: "¡Ha merecido la pena pagar la entrada al campo!". Son variables y numerosos los naturales regalos de Zizou. Puede ser un pase milimétrico, un control imposible de realizar por un común de los mortales, una Roulette, un exterior del pie derecho, una pared fabulosa con un compañero....

El abanico parece ser infinito. Cuando dentro de muchos años mi nieto me pregunte: "¿Abuelo, tú viste jugar a Zidane?", probablemente le contaré con la seguridad mezclada con orgullo que da la experiencia de la vida, las virtudes de mi compatriota. ¿Pero de qué me acordaré? ¿De qué nos acordaremos? Quizá de estos goles suyos que saben juntar belleza e importancia. Los franceses recordarán siempre estos dos cabezazos históricos que dieron a los Bleus la victoria frente a Brasil en la final de ‘nuestro’ Mundial del 98.

Los españoles, y más particularmente los madridistas, se deleitarán con el souvenir de la volea de Glasgow que valió toda una Novena Copa de Europa. Pero también quedará algún sitio porque la memoria afectiva lo permite para goles como el del pasado sábado frente al Racing. Esta volea será siempre más que un gol de la octava jornada de Liga.