La mano de Queiroz
Es justo empezar a reconocer su trabajo. A su ya conocido carácter modoso, empieza a desvelar rasgos de estratega que benefician al equipo. Tras el palo recibido en Valencia ha sabido reaccionar y, aunque es contrario a los grandes cambios, se ha decidido por estabilizar dos formaciones: una para fuera y otra para casa. Queiroz juega así con la polivalencia de Helguera y resuelve el problema de trabajo defensivo en el centro del campo cuando actúan de forasteros. A veces, las decisiones sencillas son las más complicadas.
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Además, sabemos que las charlas en Las Rozas no eran para salir en la fotito. El Madrid ha ganado en agresividad, algo básico para que puedan llegar los fogonazos del quinteto estelar que juega en ataque. En Vigo vimos trabajar a todos, nadie abandonó caprichosamente su zona de terreno y cada uno supo dosificar su natural instinto de jugador sobresaliente.
Si a lo apuntado añadimos que se ha inventado un central de garantías, Raúl Bravo, y ha generado una nueva ilusión en Beckham, otorgándole galones en la creación del juego, entenderemos que su labor va más allá de lo que aparenta en las ruedas de prensa. Porque esa es otra. Ni una palabra más alta que otra, sea cuando Clemente le pone el capote para que embista, cuando el club le cierra el grifo de las contrataciones o cuando la prensa le ha zurrado. Exquisita educación, control de los nervios cuando han venido mal dadas y ausencia de protagonismo sabiendo que los artistas son otros. No era fácil suplir la bonachona estampa de Del Bosque, ni el sentido común que aportó durante años. Queiroz parece haber encontrado ese camino.
