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No se puede confiar en el magureguismo

Teníamos una esperanza: el empate a cero en Grecia. ¿Por qué no, pensábamos? Si nosotros fracasamos en noventa minutos de intensivo asedio a Taylor en Belfast, ¿no podía pasarles lo mismo a los griegos anoche? Al fin y al cabo, tres de sus siete partidos en el grupo los había terminado Irlanda del Norte con empate a cero. ¿No podía ser este el cuarto? No, no lo fue. A base de tanto ir el cántaro a la fuente cayó un gol. Gol de penalti, impecable zurdazo de Tsartas. Llegó tarde, eso sí, lo bastante como para tenernos esperanzados, lo bastante para que la caída fuera más cruel.

Luego los irlandeses se movieron algo, pero ¿qué queríamos? Llevaban doce partidos sin marcar un gol. El nueve, que se ducha con agua oxigenada, tuvo una ocasión estrepitosa, pero la mandó al limbo. Conclusión: no se puede confiar en el magureguismo. (De Maguregui es la patente de eso de aparcar el autobús delante de la portería). Con el magureguismo no se va a ninguna parte. A los norirlandeses les ha servido para ser últimos de grupo, con cero goles marcados, y a nosotros nos ha dejado con un palmo de narices, acordándonos de los puntos que perdimos por nuestra mala cabeza.

Nuestra mala cabeza nos llevó a tomar muy a la ligera la visita de Grecia a Zaragoza y la nuestra a Belfast. Arrancamos la girilla con un aire festivo y cuchipandero (¿recuerdan la concentración en Jerez, con jamón y fino?) y acabamos con cero goles y un punto de seis posibles. Allí se gestó esta repesca que ahora esperamos con aprensión, porque hace mucho que España se clasifica para todo sin apuros y ahora nos vemos en un bombo listos para jugarnos el bigote, a partido y revancha, contra el que la suerte decida. Tenemos equipo para más, pero las gambadas se pagan. Y aquella fue de las gordas.