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El fútbol bajo una nube negra

El fútbol está bajo una nube negra. Un hombre joven ha muerto porque un hincha de su propio club le ha partido el hígado de una patada. El agresor está identificado y detenido. El campo del Langreo ha sido cerrado y en los telediarios vemos una y otra vez al hombre de la navaja, ese que iba al fútbol con su niño de diez años. (¿Qué le diría luego, qué le explicaría?). Un partido fue suspendido en Castellón. El Senado está a punto de aprobar una ley que a hechos iguales considerará mayor delito el haberlos realizado en un recinto deportivo. El fútbol está bajo sospecha.

Cuando en el fútbol se produce violencia parece que un trueno recorre todos los telediarios, y las tertulias, y muchos artículos. No digamos si la consecuencia es tan fatal y la causa tan odiosa como ocurrió anteanoche. Arrastrados por la emotividad del momento, algunos llegan a creer sinceramente que el fútbol es un espacio peligroso, a veces siniestro, un ámbito generador de violencia que saca lo peor del ser humano. Yo tengo la certeza de que no es así. No pasan cosas peores en el fútbol que fuera de él. Pero las que pasan se ven más, hacen más ruido, provocan alarma social.

El fútbol no puede evitar que un porcentaje de ciudadanos tenga conductas violentas. En casa, en la calle, en la oficina, en la discoteca, en el bar, al volante del coche. En el campo de fútbol o en sus alrededores. Pero sí puede identificarlos cuando los tiene cerca y hacerles sentir su repudio. Puede dificultar la vida de los grupos ultras, donde se concentra lo peor de cada barrio, en busca de compañía en la que reconocerse. No siempre lo hace. Trata de verlos como infatigables animadores con los que se puede pactar y se equivoca. Y ese error le produce un colosal costo de imagen. Le pone bajo sospecha.