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Liga de Campeones | Oporto 1 - Real Madrid 3

Solari tira del carro

Gran remontada del Madrid. El argentino hizo de Raúl: gol y asistencia. Zidane sentenció

Actualizado a
<B>SEGUNDO TRIUNFO</B>. Zidane, Figo y Ronaldo felicitan a Solari tras marcar el segundo gol del Madrid.
jesús aguilera afp, ap y reuters

Los primeros 28 minutos del encuentro, hasta que marcó el Real Madrid, fueron la clara demostración de que algunos de nosotros nos podríamos morir envenenados si nos mordiéramos la lengua. Lo digo por mí y por los que me rodeaban (cuyos nombres omitiré, de momento), ocupados todos en hacerle la autopsia a Carlos Queiroz; en vivo, naturalmente. Hasta ese instante el Madrid había sido un desastre, parecido al de Valencia pero sin el Valencia delante.

Al despiste habitual se sumaba un cierto desbarajuste táctico, el provocado por la incorporación de Solari, cuyo cometido era doble: hacer de sí mismo y hacer de Raúl. Convendrán conmigo en que con este panorama, ya de por sí chirriante, con un gol en contra en el minuto siete y ocasiones variadas del Oporto, cualquiera de ustedes hubiera cogido el bisturí y se hubiera unido a la trepanación.

Evidentemente, lo que intentaba Queiroz era reforzar el centro del campo o mejor dicho, inventarse uno. Buenas intenciones, en fin. Por ello había incluido a Guti y Helguera en el doble pivote y por eso mismo había sacrificado a Cambiasso, poco dotado para el quite, es cierto, pero al que se tiende a hacer responsable, de forma excesiva, de todos los males del equipo, ya ocurrió con Del Bosque.

Esos primeros minutos dejaron claro que no es una cuestión de Cambiasso, sino de actitud general, de concentración, de ponerse en situación. Sin eso, al Oporto le bastó una leve presión para incomodar al Madrid. El problema del Oporto es que no intenta ganar por la vía de la intimidación, única forma de maniatar a los galácticos, sino por la del juego.

Por eso, cuando el Madrid empató se descubrió que todo el ardor del Oporto era mentira, una sábana en la cabeza, ellos lo que querían era tocar, pobres. Ese tanto que cambió el partido nació de una jugada aislada: centro de Solari desde la izquierda, en uno de los momentos en que hacía de sí mismo, y cabezazo de Helguera, cuya incorporación al centro del campo ofrece, sobre todas las cosas, llegada y gol. Y eso vale muchísimo más que jugar de central y salir muy bien al corte.

Ese rugido aterrorizó a los portugueses e hizo crecer al Madrid, especialmente a Figo, tal vez impulsado por el respetuoso miedo que causa en sus compatriotas; también agigantó a Solari, que, con el partido sin cadenas (como le gusta), culminó un magnífico contraataque, esta vez ejerciendo de Raúl.

Ya entonces todo estaba en contra del Oporto, incluido el rodillazo que abrió la cabeza de Zidane, un motivo para sentirse culpables, porque hay equipos, tan frágiles, que no soportan la visión de la sangre.

La misma historia. La segunda parte fue igual que la primera, pero menos. Los portugueses con la sábana y el Madrid como medita mi padre: con los ojos cerrados y sobre la cama; aparentemente dormido, pero él asegura que no. Collina, muy diplomático, anuló un gol al Oporto y cuando más apretaban los dragoes (o salamandras), llegó el remate de Zidane, tras sacar Figo una falta, tal vez jugada ensayada.

Como se puede apreciar, lo que empezó como autopsia a Queiroz debe acabar como gloria y loa al lírico entrenador del Madrid, que no sólo acertó en la incorporación de Solari (aunque no lo parecía) y en la reubicación de Helguera (esto sí lo parecía), sino que hizo al equipo más agresivo y capaz de una reacción muy meritoria, sobre todo para alguien que se despierta de golpe y ya tiene un gol en contra. Y hay más, Raúl Bravo, al que se le está poniendo cara de central (observen), estuvo muy bien.

Tanto acierto de Queiroz nos hace felices, aunque moderadamente. Las batallas que pondrán a prueba la altura del Madrid y la mano del entrenador se librarán en otros campos y con otros rivales. Lo de ayer, aunque vale los mismos puntos que una guerra, fue un ensayo.