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El viaje más bello jamás contado

Tiré de los escasos ahorros de mi etapa de estudiante (ese año terminé la carrera de Periodismo) y convencí a un amiguete para irnos a Das Antas a ver un Oporto-Madrid que ahora sería como acudir a Old Trafford para asistir a un duelo con el Manchester. La víspera de la histórica cita me traslada a la calle Embajadores, en la sede de los Autocares Ruiz. Pasamos 14 horas en dos estrechas butacas, pero entre tragos de la bota de vino, el bocata de jamón, los cánticos del madridismo de base (el auténtico) y las curvas de las carreteras portuguesas llegamos a Oporto en un amanecer brumoso y frío. Éramos casi 6.000 tipos empeñados en luchar por un sueño: eliminar al campeón de Europa en su guarida. El gol de Sousa nos dejó con dolor de píloro y cardias, pero la salida de Paco Llorente al campo tras el descanso fue como abrir una lata de coca-cola (light, por supuesto) después de tirarla al suelo varias veces. Explosivo. Llorente diseñó dos esláloms vertiginosos por la banda que habilitaron a Míchel para dibujar dos goles que ya reposan en la vitrina de mis mejores vivencias. Recuerdo que un señor de 60 años se me abrazó llorando. Venía de Lugo. Había visto las Copas de Europa en blanco y negro, pero estaba alucinado con lo presenciado. Fue la noche más hermosa...