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Los que nos hemos visto generacionalmente apartados de la España en blanco y negro nos perdimos la promiscuidad goleadora de un húngaro gordito y chaparrete que le pegaba como una mula. Sí, hablo de Puskas, del que siempre recordamos los cuatro goles que le metió al Eintracht de Francfort en la extásica final de Glasgow. Ferenc fue un Ronaldo adelantado a su tiempo, bebía cerveza junto a su amigo Di Stéfano y convertía cada partido en una orgía en la que los goles caían a saco.

Pasaron los años, la tele nos empezó a contar la vida en color y por aquí apareció un niño llamado Raúl González. El muchacho fue creciendo a base de enchufarla, destilando una ambición que tapaba sus escasos defectillos. Raúl se apoderó del 7 de otra leyenda viva, Butragueño, y se ha pasado nueve años en pleno idilio amoroso con las redes enemigas. Gol, gol, gol... y así hasta los 158 que ha firmado en la Liga, superando a nuestro añorado y respetado Puskas. Como era un día ilustre, Raúl eligió un camino acorde con la ocasión: hat-trick y me llevo el balón a casa de recuerdo.

Raúl fue un martillo inmisericorde para Bizzarri, que va a soñar con los tacones (nada lejanos) de este capitán galáctico que lidera un equipo cuyo recuerdo pervivirá durante décadas. Queiroz puede presumir de tener en sus manos una selección mundial (La Liga de los hombres extraordinarios) que convierte cada una de sus apariciones en un homenaje al fútbol lúdico, plástico y fotogénico. Raúl lideró una goleada versallesca y fascinante. Ronie (genial), Beckham (imperial), Zidane (fastuoso), Figo (inagotable)... Fue la segunda boda del happy week end. Todos a una. Sí, quiero.