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Don Whillans

Actualizado a

"Las montañas siempre estarán ahí. El truco consiste en que tú estés también". Esta frase llena de ironía, que daba una desmitificadora y divertida vuelta de tuerca a la famosa contestación de Mallory a por qué escalaba el Everest ("Porque está ahí") se la oí a Don Whillans allá por 1983. Creo que da cabal idea del talante de este soberbio alpinista cuyo carisma y talento iluminaron una de las mejores generaciones de alpinistas británicos, lo cual es decir mucho teniendo en cuenta la tradición montañera de este país. Nosotros estábamos intentando el pilar sudoeste del K2, la segunda montaña más alta de la Tierra y Don formaba parte de una expedición británica al Broad Peak. Le gustaba mucho visitar nuestro campo base. Sabía que siempre podía encontrar un rato de buena charla y alguna bebida espirituosa, a las que era sinceramente aficionado, con la que amenizar las veladas.

De aquellas visitas surgió una sincera complicidad con un alpinista al que ya profesábamos una gran admiración. Su triunfo en la cara sur del Annapurna, en 1970, estaba en la mente de todos nosotros. Fue una auténtica obra maestra del alpinismo. Nunca antes se había escalado una pared de esas dimensiones y dificultad, con tramos de hielo y roca a tanta altitud. En el éxito de aquella expedición tuvo mucho que ver el talento organizativo y alpinístico de Chris Bonington, gran amigo de Don y una de las mentes más brillantes de la escalada, equiparable sin duda a Mummery o Mallory. El currículum de Whillans está lleno de otras grandes escaladas, plenas de audacia e imaginación. Pero ello no lo había convertido en un pedante engreído. Como todos los verdaderamente grandes, miraba la vida con una ironía que a veces rozaba el humor negro.

Una noche que abandonaba nuestro campamento, vi que no se ataba la cuerda de seguridad que llevaba su compañero. Simplemente la pasaba por el mosquetón de su piolet. Me dijo que lo hacía así porque si su compañero caía en una grieta (y les esperaban nada menos que dos horas de camino por un glaciar lleno de ellas) la cuerda pasaría por el mosquetón siguiendole en su camino hacia el infierno. Así no tendría que molestarse tampoco por la cuerda. Pocos días después, demostró el verdadero talante que se escondía detrás de esa pose mordaz.

Don acompañó en su agonía al médico de su expedición Pete Thexton y lo enterró en una grieta a 7.000 metros, antes de regresar al campo base. Allí discutió agriamente con el jefe de expedición pues consideraba que si en vez de haber ido cada uno a su aire hubiesen formado un grupo fuerte quizá hubiesen podido bajar con vida a su compañero. Hizo entonces su mochila y se marchó. Don Whillans jamás volvió a participar en una expedición a una gran montaña.