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Laporta y el relevo envenenado de Gaspart

El fútbol es una carrera de relevos en la que ahora Laporta toma el testigo que le deja Joan Gaspart. Y lo toma con mucho retraso, y encima el testigo no es de palo, sino de plomo. Aparte de ningún título en estos años y de un montón de fichajes que no aportan más que el trabajo que cuesta despedirlos hacia otros destinos, a Laporta le cae como herencia una deuda de 150 millones de euros. Una deuda que ahí queda, porque la anterior junta del Barça no avaló su gestión económica. Los buenos contactos de Gaspart aquí y allá consiguieron que el Consejo y la Liga se lo permitieran.

Se lo permitieron con el peregrino argumento de que la junta de Gaspart era una prolongación de la de Núñez, en una curiosa interpretación de leyes y reglamentos. Gaspart fue presidente concurriendo a unas elecciones y ganándoselas a Bassat. Difícilmente se podía defender que se trataba de la misma junta. Pero Gaspart tiene buenos amigos, siempre se le ha visto como un locuelo simpático, capaz de perder la cabeza por el Barça, pero componedor y sensato en otras materias. Y gracias a eso se escapó de avalar. Y con él, Reyna, su extravagante sucesor en primera instancia.

Así que el Barça de Laporta tiene que arrastrar entre otros lastres esa deuda, un hándicap más en su carrera por igualarse con el Madrid, que justamente en estos tres años ha puesto en marcha eso que el nuevo presidente culé definió acertadamente como círculo virtuoso. Pero Laporta no se arredra. Me gusta. Sabe lo que hay, sabe que es difícil, pero es atrevido, sin estridencias. Se las apaña para buscar dinero, solucionó lo de Beckham con Ronaldinho, ha hecho otros buenos fichajes, ha ilusionado a la gente y en sus declaraciones hay siempre poco ruido y muchas nueces.