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Este viejo país de secano y playas...

Barcelona ha vivido estas dos semanas abrazada al bello recuerdo de los Juegos Olímpicos de hace once años. El milagro lo ha producido el Mundial de Natación, que ha despertado aquellas sensaciones, aquellas ilusiones, aquellos recuerdos, aquel amics per sempre. Fueron unos grandes Juegos, sí. Para Barcelona y para toda España, que ofreció al mundo la imagen de su democracia joven y grata, la de país feliz y ansioso de incorporarse a la modernidad. La misma imagen que se ha proyectado ahora, pero en chico. Lo que no ha sido lo mismo son los éxitos en el medallero.

Dentro del tremendo despegue deportivo que ha dado este país (y en particular gracias a Barcelona 92) la natación se nos está quedando como el patito feo. Es un deporte al que le cuesta entrar en este país de secano y playas, donde las piscinas de la meseta son para refrescarse y las playas para comer paella. Siempre ha habido unos cuantos héroes aislados (yo tengo en mi santoral de juventud a Santiago Esteva y Mari Paz Corominas), pero eran rara avis en unos tiempos en los que tras cada campeonato se hacía el chiste fácil: "Nos ha ido muy bien. No se ha ahogado ninguno".

No sé a qué achacarlo. Tal vez falte esa primera piedra que es el arranque de cualquier deporte en este país, un Zamora, un Uzcudun, un Bahamontes, un Emiliano, un Santana, un Nieto, un Ballesteros, un Mariano Haro... Tuvimos a los López Zubero, pero eran españoles a los que nacieron, criaron y enseñaron a nadar en Florida y, se quiera o no, no resulta lo mismo. Así que ahora tenemos como estrella más rutilante a Nina, española por amor, pero nacida y criada como rusa. Al menos, eso sí, tenemos muy buena natación sincronizada, y a David Meca, y el waterpolo. Por algo se empieza.