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Espero que ahora acepten todos, incluidos los antimadridistas más irreductibles, que el Real Galaxy Team es el único equipo del mundo que ha demostrado ser más que un club sin que presuma por ello. Resulta impactante comprobar cómo esta constelación de seductores ha inyectado una sobredosis de felicidad a un país con una cultura que nada tiene que ver con el star system de Occidente, pero que ha encontrado en los iconos blancos (desde Beckham a Casillas) la noticia más deslumbrante que ha sacado de la rutina a cuatro millones de chinos en Kunming.

Resulta curioso constatar que mientras que Kluivert regresa a casa tras ser tratado como si fuese un polizón, a la vez que el Barça de Rijkaard se entrenaba en Boston como si fuese un equipo húngaro amateur (nadie preguntaba por ellos), el Madrid movilizaba a miles de almas a cada paso que daban sus jefes de reparto en China. Pero, por encima de todo, el Brad Pitt de este equipo es David Beckham. Florentino y Valdano sabían lo que hacían cuando le eligieron para el último proyecto de esta nueva era. A parte de ser uno de los cinco mejores peloteros del planeta, Beckham ha conseguido que la sociedad asiática se rinda a su perfil cinematográfico, propio de un emperador que está por encima del bien y del mal. Asia es madridista y hasta los tifones les respetan. Se siente.