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Robertinho, obrigado

Los grandes hombres aparecen en los días de máximo compromiso. Si el lunes me desesperaba buscando el alma perdida de esa bomba atómica que es Roberto Carlos con el balón en los pies, anoche vi resueltas mis dudas para regocijo de mi conciencia, de mi padre (que lo adora) y de esa legión de madridistas que estaban deseando ver de nuevo a ese brasileño de larga trazada y pegada mortífera. Rober, paulista de nacimiento y madrileño de adopción, se puso ante la especulativa Juve en plan "aquí estoy yo". Desde la primera jugada buscó el gol con un tomahawk desde su banda mágica. Se le veía hiperactivo, harto de no ser él mismo y con ganas de escribir nuevos finales del anuncio de la Pepsi. De hecho, el golazo de su compatriota O Rei Ronaldo le enseñó el camino. Era noche de samba y nada mejor que el campeón de Europa tumbase a la Vecchia Signora con goles made in Brasil, el fútbol más atractivo de este planeta.

Con el mezquino empate de Trezeguet (si yo fuera bianconero no celebraría goles tan rateros) la Juve de Lippi se dio un ataque de importancia, acrecentado por la lesión muscular de Ronie. Pero Robertinho estaba ahí para sacarnos del shock traumático con un gol que puso al Bernabéu patas arriba. Le pegó con ese espíritu indomable que le hizo ganarse el corazón de esta afición y de este club desde que aterrizó en el verano de 1996. Me da igual que los listillos acomplejados de turno me hablen de que tres blancos estaban en fuera de juego posicional. Ya estamos como con el gol del gran Pedja. Envidiosos. Sólo sé que en Turín, con Raúl de vuelta a los ruedos, el Madrid dibujará otra página para la Historia. Huele a Old Trafford. A Décima. Robertinho, obrigado. Crack.