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Beckham nunca será como Raúl

Cuesta imaginar un menú futbolístico más afrodisíaco. Real Madrid & Manchester suena como aquellos Madrid-Milán de finales de los 80 o los Madrid-Bayern de la última recta del siglo XX. Ellos, los de rojo, presumen del glamour que destila David Beckham, que es como Leif Garrett, un rubito que agotaba las ediciones del Super Pop (mis hermanas lo devoraban) cuando yo era un niño que sólo estaba pendiente de cosas mucho más serias y estimulantes como los regates vertiginosos de Juanito, los cabezazos de Santillana y las intervenciones raciales de Stielike en aquellas memorables remontadas ante Derby, Celtic o Inter. Noches donde Europa se rendía al mito del Bernabéu, a pesar de que en ese Madrid todos eran terrestres y la galaxia (Platini, Boniek, Brady, Prohaska, Rummenigge...) habitaba los paraísos financieros del calcio.

Por eso creo que Beckham va a sufrir hoy en sus cotizados hombros el peso de la historia (que nadie olvide que el Madrid aventaja al Manchester en siete Copas de Europa, 9-2) y algo especialmente tangible como el fútbol, con mayúsculas. Y ahí, Raúl González Blanco lleva varios cuerpos de ventaja sobre la spice star del Manchester. A Raúl no le gritan las niñas ni ponen en su habitación un póster suyo con el torso desnudo. Pero Raúl, con el balón en los pies, se faja como si fuese un ciempiés. En las noches de neón y Bernabéu humeante Raúl se transforma, vampiriza su juego y acaba con sus víctimas metiéndoles goles tan raciales como efectivos. Beckham es un crack de grandes dimensiones (no lo dudo), pero para pasar la ITV del rey de Europa debe olvidarse de las fans y del glamour. Todo sea por verte de blanco, David.