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Este año el fútbol va a tener competencia

Hace años (bastantes años) yo era un conductor polvorilla. Uno de esos insensatos con los que nadie se atrevía a hacer un viaje en el asiento de la derecha. Un día conseguí que mi amigo Ignacio Lewin me llevara al Jarama, a dar unas vueltas al circuito. Como él sabía, me dio las primeras instrucciones: "Ahí entra en segunda, ahí acelera a tope, puedes aguantar la frenada hasta la O del cartel, ahí reduce a tercera". Al cabo de unas cuantas vueltas sentí que estaba en mis máximos posibles. Entonces me dijo: "¿Te imaginas que ahora tuvieras que adelantar a alguien?"

En ese preciso momento me di cuenta del mérito estratosférico de los pilotos de carreras. Se trata no ya de ir al máximo posible al volante de una bala de cañón (no un Seat Ronda, como el que yo probaba, figúrense) sino además de hacerlo a codazos con una manada de ansiosos y además pendiente de las mil sensibilidades de la tecnología de un Fórmula 1. Sólo arrancar un coche de esos debe de ser tan difícil como pilotar un helicóptero de guerra. Y el dominio de la percepción de los tiempos y las distancias a las velocidades descomunales que alcanzan exige ser un superdotado.

Por eso ayer todos, hasta los de domingo tardío, nos levantamos ansiosos ante la noticia de que Fernando Alonso arrancaba en pole position. Ya me hizo pensar la crónica de vísperas de Carlos Miquel, en la que contaba que el asturiano había recorrido a pie, bajo el calor, los cinco kilómetros y medio del circuito, tomando fotografías, estableciendo una relación casi telúrica con el circuito. Y bien que le ha cundido. Nos devolvió el madrugoncete dominical con un podio ganado a pura conducción. Me parece que este año el fútbol va a tener por fin una competencia seria.