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Para compensar dos años de carencia...

Así son los partidos de rivalidad. Sin cuartel, sin lógica, sin guión. Sin explicación posible. Y éste lo fue de manera especial, porque llevaba dos temporadas sin celebrarse y tenía comprimidas, como sujetas por un frágil muelle, todas las ansias acumuladas en este tiempo. Y así salió como salió. Todo imprevisible, todo extraordinario, todo para recordar. Las decisiones de Daudén, los fallos de Raúl, la pobre noche del Niño Torres, el cambio de Ronaldo por Pavón, el penalti parado con la cara, el gol de ultimísima hora, por la mismísima escuadra de la portería del fondo sur...

Tanto derby hubo que lo de Daudén, que apasionaba en el descanso, perdió importancia luego. Y me alegro, porque para mí estuvo bien en todas. Me gusta que los árbitros sancionen las actitudes ventajistas y aparatosas de los defensas. Roberto Carlos le hace la cama a José Mari. Es una jugada que se ve poco y se pita menos, pero es penalti. Helguera va tarde y en plan Fierabrás cuando Javi Moreno ya no tiene el balón. Evitable, inútil y absurdo. Y García Calvo se come a Roberto Carlos cuando este llega apuradamente a centrar. También evitable y absurdo, pero penalti.

Pero lo mejor, decía, es que el derby se comió todo eso con su turbulento desarrollo. Resultó que, diez contra once, el Madrid le dio la vuelta al partido todavía en la primera parte. Resultó que luego, diez contra diez, el Madrid se achicó ante el Atlético, que sacó lo mejor de Casillas mientras a su vez el Mono Burgos paraba el tercer penalti del partido con la cara. Resultó que cuando el Madrid ya cantaba el triunfo Albertini puso el balón donde duermen las arañas y aún así sólo pudo vencer a Casillas de rebote. Fútbol imprevisible, intenso, sin cuartel. Derby, en fin. Te añorábamos.