Ante el derby
Por fin, después de unos días de enorme convulsión, se instaló el silencio y habló el balón, que es siempre el que dibuja los discursos futbolísticos más hermosos. Los últimos compromisos de nuestro Atlético, saldados con lustrosas victorias (Xerez y Deportivo), han propiciado que los aficionados nos reconciliemos con nuestro bien más preciado, que no es otra cosa que los jugadores.
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Arrinconadas ya en la memoria las viscerales y contraproducentes declaraciones realizadas por el presidente Jesús Gil o los diecisiete equipos que ha ensayado Luis Aragonés en diecisiete jornadas, por encima de abruptas quejas y de indefiniciones tácticas, se eleva, virtuosa, la colorista imaginación de nuestro Niño Fernando Torres, la movilidad de Luis García, el recuperado y letal instinto goleador de Javi Moreno o la intuición bajo palos de Esteban, aunque en esta ocasión vuelve a jugar el Mono Burgos.
El equipo parece haberse responsabilizado definitivamente con la tarea que tiene encomendada esta temporada después de haber recuperado la categoría perdida. Con las heridas momentáneamente cerradas y recuperada la fe en nuestras posibilidades encaramos el partido, el derby frente al Real Madrid con mayúsculas. El, a veces, fatal destino nos había privado en los últimos años de un encuentro que nos redime de todos los males. Es ésta la ocasión de reivindicar con hechos la marchitada grandeza. Éste es el momento de dar la talla y acreditar nuestro terrenal porvenir. A nosotros nos gusta pisar siempre suelo, por pantanoso que a veces sea éste.