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Atlético: la sangre no llegó al río

La tarde que se anunciaba de cuchillos largos acabó en la Paz del Centenario. Todo el que habló anteanoche con Luis le encontró como una moto. ¿Por el ataque de Gil a los tres jugadores de la plantilla? No. Eso, con ser molesto para él, no lo era tanto. Estaba como una moto por la sospecha, fundada, de que el club tenía contactos con Schuster para un futuro más o menos inmediato. Y por ahí no pasaba. Anteanoche estaba dispuesto a sacar los pies por alto en el almuerzo convocado para ayer. Estaba dispuesto incluso a dejar el club. Eso sí, cobrando hasta el final de la temporada.

Pero no se dieron las circunstancias. Gil, que ya venía rebobinando desde hace un par de días (anteanoche ya dijo en El Larguero que lo de Schuster no era más que "una paja mental") le dio ayer a Luis todas las garantías que éste le pidió. Y al salir de la reunión hizo algo tan necesario como elogiable: pedir disculpas públicas a los futbolistas ofendidos, Otero, Santi y Carreras. Luis hablará hoy, después del entrenamiento, desde una sólida apariencia de ganador de la crisis: el presidente ha pedido disculpas a los jugadores y la sombra de Schuster ha sido despejada.

Pero es una paz precaria que todos deberán esforzarse en mantener. Gil esperaría de Luis que la misma energía que mostró ayer (yo añadiría que la misma que muestra al aleccionar a jóvenes periodistas) la empleara con la plantilla para que no pasen cosas como la barrera del gol de Unai o la deserción colectiva del cuarto gol. Luis esperaría de Gil que dejara de actuar en el club como señor de horca y cuchillo. Ambos, por su parte, hace tiempo que dejaron de esperar nada de Futre. Y Miguel Ángel Gil esperaría de todos que le dejaran hacer las cosas a él a su gusto, pero no le dejan.